jueves, 25 de agosto de 2022

Cecilia Restiffo




Nació en la ciudad San Martín (Mendoza. Es profesora de Grado Universitario en Lengua y Literatura (UNCuyo). Ha participado en diversos proyectos literarios como la revista Molinos de viento y Ulyses. Además dirigió el suplemento poético La Voz. Colaboró con reseñas críticas en Diario UNO de Mendoza  y en la revista El Desaguadero. En 2004 publicó La cicatriz del silencio, su primer poemario, en la Colección de Poesía Desierta de la Editorial Libros de Piedra Infinita. En 2010 participo de la Antología de poesía mendocina contemporánea “La ruptura del silencio”, de circulación provincial. La casa vacía, su segundo libro de poemas, apareció en 2015 en la Colección El Desaguadero. En 2019 participó con algunos de sus textos en la Antología Federal de Poesía: Región Cuyo Andino. A principios de 2020, quedó finalista del Mundial de escritura, con su novela Un trabajo de principiantes. Su tercer poemario: Puntos de contacto fue ganador del Certamen Provincial Vendimia 2020. En la actualidad trabaja sobre su nuevo libro de poemas, Filosofía de la palabra, aun inédito. Ejerce la docencia a nivel secundario, superior y es investigadora de temas relacionados a la educación y a la escritura literaria.


Salamandra

Respira profundo tomando el aire de mayo,
la boca quema palabras viejas, traídas de otros lugares,
a su alrededor todo se ilumina de nuevo
y el crujido acalla la espera de este viernes.
Cerramos las puertas y los postigos despiden la tarde,
imaginamos la humareda exterior en una postal de otoño
como las que se entregan a los turistas de paso,
pero es este espacio el que abre los deseos,
las manos se tocan y se enhebran despacio
en un acto de reconocimiento visceral.
El color del fuego suaviza las sombras alargadas
en un juego que se replica en los cuerpos,
observamos el ardor y las cenizas en un solo movimiento,
lo que nace y lo que muere sin dejar opción,
el pulso vital que nos agita insatisfechos en un esfuerzo
y un desmayo esperado. Con los ojos fijos
sorbemos los besos que alimentan una escena de gemidos
pulsados en una armonía vertical.
Las últimas brasas registran las palabras a media voz
y guardan el silencio anudado entre la manta
que avanza sobre la desnudez compartida
con los objetos, con la verdad que acuna lo perfecto.


Puente

Dedos demasiado cortos, una herencia paternal
que encadena los eslabones de la historia,
el rasguido se desacopla de la cadencia
y me desafía a una justa de destreza,
piso con fuerza las notas
que se deshacen ante el arpegio traidor.
La boca se destempla y me avisa del infortunio:
la quinta se corta y azota el aire de abril,
la música se interrumpe por el cuerpo roto,
al que abrazo para dar consuelo.
Como la cigarra, dice María Elena,
así me levanto y vuelvo a empezar,
empuño mi tesón y subo desde la primera,
la canción se enhebra con un pulso de escenario,
recupero la armonía y mi voz es tela del combate.
Ataco desde atrás con el sol que me acompaña,
se repite la corrida y dejo caer la estrofa completa,
recorro todo el verso en un bis a caballo
que me despide sin revancha ni destiempo.
La caja reluce y esta música labrada por mis manos
es la perfecta cicatriz del silencio.

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