viernes, 26 de agosto de 2022

Rafael Felipe Oteriño

Fotografía: Camila Toledo.

 

Nació en La Plata, en 1945. Publicó doce libros de poesía –el último se titula Y el mundo está ahí (2019)–  y dos volúmenes de ensayos sobre poesía: Una conversación infinita (2016) y Continuidad de la poesía (2020). Su obra poética se encuentra reunida en Antología poética (1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (2008) y Eolo y otros poemas (2016). Primer Premio Regional de Poesía Secretaría de Cultura de la Nación (1985/88), Konex de Poesía (1989/93), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras. 



Lo que no está

Ahora corre cerca de la orilla,
ahora se encuentra a cuatro pasos: suspendido,
ahora reinicia la marcha,
me pide que le extienda una mano,
que lo ayude a cruzar,
que lo conduzca a través del frío y del agua.

Esconde su cabeza: se sirve de mí,
le resulta muy difícil andar sin el cuerpo,
aunque lo disimule con silencios graves,
detrás de unos arbustos
o en el silbido de los cables aéreos,
donde se oye más nítido el blanco de su voz.

¿Cómo decirle, si no está,
palabras que lo acaricien?,
¿cómo llamarle musgo, pedernal, abrigo,
si es sólido y no se hunde,
si es cóncavo y no se llena,
y sin mi ayuda no retiene ni el agua ni los colores?



Entre 

Este vivir
entre la tormenta y la piedra,
entre el cuerpo y el agua,
entre el silbato de las 5,00
y la sombra del regreso;
entre una ciudad dormida
y otra que se despierta
con su ojo de cíclope,
entre dos continentes que se acechan
y a los que separa el mar.

Antes jóvenes, luego maduros,
más tarde cautivos;
como vigías de faro
buscándonos en círculos
y en línea recta,
detrás de un pequeño sol;
con el corazón transparente,
sin haber podido desbaratar
el lento declive
ni arrojado el Yo en un abismo.

Y aunque el arroyo se desborde
y la casa se anegue,
aunque la lluvia caiga
y la estrella se despida:
heracliteanos, oscuros,
invisibles para todos,
menos para el sol mismo;
aprendiendo a respirar
la infancia de un país doloroso,
el azar de palabras revueltas.

Entre los primeros días de agosto
y los últimos de septiembre,
entre la mano que descansa
y la mano que oprime;
ni demasiado pronto, con lágrimas,
ni muy entrada la noche;
entre lo hundido, fangoso,
y el despertar de lo claro:
siempre vivimos entre:
en la cuerda de un delgado sueño.

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