Nació en Quitilipi (Chaco) en 1952. Publicó poesía, narrativa y teatro. Sus cuentos han sido reunidos con el título de La resolana (2018) y su poesía reunida: Decir la suerte (2021); ambos libros por editorial ConTexto (Resistencia, Chaco) si bien ha publicado luego Distancia cero (microrrelatos en 2020 por ed Desde la gente) y en poesía Caracú (2021, ed.Pixel, La Plata) En España se han reeditado sus libros Bailen las estepas (ed Liliputienese, 2016); El ojo de Celan y Bárbara dice, ambos por ed. Polibea (2019 y 2022). Sus libros de poesía Bárbara dice y El ojo de Celan han sido traducidos al francés por la profesora Cristina Madero, al italiano por el poeta Alessio Brandolini (2011 y 2016); su nouvelle Trenzas, al alemán por la escritora y traductora Dra. Erna Pfeiffer (2019). Obras suyas se han representado en varios teatros: La escala de San Telmo; el Centro de la Cooperación; El camarín de las Musas, entre otros.
Su cuento No camines en el barro fue llevado a la ópera por el compositor Cristian Varela y estrenada en 2011. Es integrante del Club argentino de kamishiba (teatro de papel).
Pasajeros
Se nos cansó, decimos, el caminar.
Pares, impares, acostados
miramos las estrellas.
Me arrimo a tu omóplato:
hay un sitio para descansar, digo
y saltamos al vagón.
Esos chicos del tren juegan: bailan
ahora sobre mi esternón
y reímos de los panes en las bolsas.
Residuales, eso somos esta noche,
este día. Y estamos contentos.
Las hojas del árbol, amarillas, entran
por las ventanas, adornan
los cuerpos.
Es de noche, es de día,
los gorriones en las ramas saltan.
Uno vuela sobre la hoja que cae.
Ir y venir
Viene el hombre que me trae la comida
(me gusta pedirla, me gusta abrir el papel
en que la envuelven y dejarla enfriar.
Es otra mujer la que cocina y dos hombres
la reparten por las casas).
Pero este sábado
él me pregunta: ¿qué hacés en tus clases?,
quiero leer poesía de ahora y no entiendo,
me dice.
Entonces lo hago pasar.
Busco los anteojos, busco el cenicero,
y abro a Juárroz primero
y abro a Gianuzzi después.
Me gusta abrirlos así, al azar, en alguna página,
ver cómo saltan las letras.
Café y manzanas leo, mientras la comida
que me trajo este hombre
se enfría más sobre la mesa.
Nos enredamos en esa música ajena
que se nos hace propia y los ojos
del hombre que me trae la comida
se llenan de lágrimas. Entiendo, me dice,
eso que no entiendo.
¿Y Borges? Pregunta, ¿creés que podré
con él? Le acerco un pañuelo
de papel y se seca las lágrimas.
Antes de irse él vuelve a preguntar: ¿entonces
me hicieron creer que no entiendo?
No entendemos
y ni falta que nos hace. Basta con llevar esas frases a la boca.
El hombre que me trae la comida se va.
Y yo saboreo lenta los trocitos.
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